La estudiante de Diseño e Innovación Visual UPAEP, fue una de las 8 jóvenes que misionaron en África y hoy nos cuenta su experiencia.
“Enamorarse de Dios es el más grande de los romances; buscarlo, la mayor aventura; encontrarlo, la mayor de las realizaciones” (San Agustín)
El llamado a la misión se manifiesta siempre de las maneras más inesperadas, en mi caso todo inició escuchando las anécdotas de mi mamá mientras crecía, era un fuego que habitaba en mi corazón y que encontró vida, la primera vez que me fui de misiones. A partir de ese momento muchas cosas han pasado, mucho de lo cual no me hubiera podido imaginar que pasaría al dar un simple Si a seguir a Dios, entre ellas Kenia, pues era algo que nunca había pasado por mi cabeza, si no fuera por una amiga que me sugirió que me postulara cuando inicie a considerarlo y de nuevo ese fuego se inició a encender en mi corazón.
Antes de postularme me lo cuestioné mucho, me sentía pequeña ante la inmensidad de lo que esta misión potencialmente iba a implicar, lo puse en oración y pedí mucho que no fuera un capricho, sino genuinamente un llamado. En el momento en el que me dieron la noticia de que me iba a Kenia estaba justamente de misiones, con poca señal, paisajes hermosos y en una de las semanas más bellas de mi vida, no podía creerlo, le avise a mi mamá, a mi abuela y a mi prima, quienes a la distancia compartieron mi alegría.
Ahí comencé un proceso que desde antes de irnos dio muchísimos frutos: juntas semanales, oraciones, acompañamiento y un gran apoyo por parte de mi Universidad. Cada día que pasaba era un día más cerca de Kenia. He de decir, que recorrer ese camino previo de la mano de mi familia y amigos hizo que, desde antes de salir del país, Kenia ya tuviera un lugar muy especial en mi corazón y estoy sumamente agradecida con todos los que han sido parte de este camino.
En efecto, Kenia suena muy lejano, y no fue hasta ver la Sabana por la ventana del avión en el que iba aterrizando, que mi mente inició a comprender lo que pasaba. En medio de la incertidumbre sabía que era un mes de mi vida entregado a Dios, quien no se deja ganar en generosidad, quien no me ha abandonado ni un día de mi vida y quien a través de mis familiares y amigos me acompañaba en cada paso que daba (y hasta la fecha). Así fue como esta aventura llegó a su auge el día que llegué a Kenia, cuando me di cuenta de que hasta la forma de los árboles te indicaba que estás algo lejos de casa. Ese mismo día el Padre Ascencio fue a recogernos para ir a Christ the King, Kibera, lugar que se convertiría en mi hogar por el próximo mes.
Llegar al slum fue algo sorprendente, esa primera vez que lo vi desde el asiento del copiloto sigue grabada en mi memoria. Curiosamente, al pasar los días, el lugar, nuestra casa y la parroquia tomaban un tinte muy acogedor, era un sentimiento de familiaridad que podría definir como la paz de saber que estás en dónde tienes que estar, aunque no entendiera todavía el porqué.
Recuerdo con mucho cariño que el segundo día estaba en mi cuarto y subieron a buscarme porque necesitaban una diseñadora, baje muy emocionada y dispuesta a hacer lo que me pidieran. Iba a ser el día del Sagrado Corazón de Jesús y la escuela iba a tener una misa especial, por lo cual, con los pocos elementos que teníamos, nos pusimos a decorar la iglesia junto con los niños, a partir de ese momento, reafirmé que estaba en el lugar correcto.
Verdaderamente, cada día era una nueva aventura, puedo decir que tengo anotados en una libreta los 26 días que estuvimos en Kenia y ninguno fue igual que otro. Algunos días daba clases de arte a un grupo de niños de tercero a sexto de primaria que les gustaba dibujar y querían aprender. Otros fui maestra de inglés y life skills en la secundaria John Paul II, donde tanto los profesores como los alumnos nos acogieron con gran alegría. Los fines de semana eran mis días favoritos, pues ¡encontraba a una iglesia viva! Los sábados teníamos distintas actividades en la parroquia, los niños llegaban desde temprano para jugar y después se quedaban a practicar los bailes para la misa del domingo, en la tarde teníamos misa y Hora Santa para terminar de la mejor manera el día. Los domingos había misa de 8 am y 10 am en nuestra parroquia, misas llenas de alegría que conmovieron mi corazón, bailes, cantos que no se sentían ajenos al rito que yo conocía, era algo hermoso, era un reflejo de su cultura. El resto del día había actividades por montón, charlas, grupos de oración, retas de básquet, obras de caridad, etc. Fue muy bello poder acompañar y vivir con ellos cada día de maneras diferentes.
Personalmente, Kenia fue descubrir el rostro vivo de Cristo en cada persona con la que me encontraba, cada pequeña conversación y encuentro, que en esencia era un encuentro de corazones, me permitió redescubrir a Dios de una manera única. Hoy me gustaría hablarte de 5 personas que fueron rostros vivos de Cristo para mí en esta misión, de tal manera que tú, como yo puedas aprender un poco de ellos y de ser posible, tenerlos presentes en tus oraciones:
Mary, quien nos acogió desde el momento uno y todos los días en la mañana me recibía con un gran abrazo, quien nos preparaba los más ricos desayunos y comidas tratando, sobre todo los primeros días, de hacerlos lo más mexicanos posible de tal forma que no extrañáramos tanto nuestro país. Quien me enseñó a cocinar “mandazis” y me preguntaba sobre mi familia casi cada mañana para asegurarse de que no me extrañarán tanto.
Wilkista, quien a pesar de entender la misa perfectamente en Suajili, respondía conmigo algunas partes en inglés para que no me sintiera sola, quien siempre se preocupaba por nuestro bienestar, quien me dio consejos y compartió su historia, una mujer con una confianza en Dios admirable y un gozo de saberse hija de Dios y amada por su Padre de quien me queda mucho que aprender.
Jeffrey, quien con una sonrisa gigante todas las mañanas nos saludaba. Quien no dudo en suplir al cocinero de la escuela cuando se enteró de que estaba enfermo para que los niños tuvieran su desayuno listo para seguir estudiando, quien nos dio nuestros nombres en suajili y se refería a mí como Regina Mora.
Elizabeth, una joven casi de mi edad, quien no dudó en pasar cada instante que pudo con nosotros, balanceando la escuela y sus deberes personales. Poniendo cada uno de sus talentos al servicio de Dios, ha entendido que cada instante ofrecido a Dios es un instante de oración: bailando, cantando, jugando fútbol, enseñando lo que sabe y estudiando para ser mejor. Gracias a ella recordé lo mucho que me gusta bailar como forma de diversión, sin ninguna exigencia, solo descansando un rato la mente y el corazón. Quien en estos días recibió su carta de aceptación a la Universidad en la carrera de Ingeniería Médica y junto con su familia están haciendo todo lo posible por financiar sus estudios.
El Padre Ascencio, con un humor sin igual y una gran disciplina y generosidad, es el único Sacerdote actualmente en Kibera, encargado de atender todos los asuntos parroquiales que al sacerdote conciernen, su iglesia y 4 parroquias a los alrededores. Quien ha entregado la mitad de su vida y todo su corazón a Kenia y de quien también me queda mucho que aprender.
Y sé que dije 5, pero no podía dejar de mencionar a Rose, una mujer llena del Espíritu Santo quien a pesar de tener mucho que hacer, siempre se le encontraba con paz y templanza en su rostro. Ella es la encargada de recibir y acoger a cada persona que se acerca a la parroquia con necesidades materiales y/o espirituales. Fue de las primeras personas en sincerarse con nosotros sobre la difícil realidad que se vive en kibera, pues aparte de brindar apoyo de todas las maneras posibles, ella misma experimentaba esa realidad en su día a día. Rose, fue quien dio paz a mi corazón el último día que estuvimos ahí, reafirmándome que Dios no me llamóa a Kenia a hacer mucho sino a amar mucho y a eso nos llama a cada uno de nosotros, cada día.
Conocer como cada una de estas personas (y muchas más) buscan agradar a Dios con su vida, me conmovió profundamente. ¿Cuántas veces yo en mi cotidianidad no volteo a ver a los ojos de mi hermano necesitado? Y cuántas veces en este mes no vi palpablemente la misericordia de Dios que se manifestaba entre mis hermanos, quienes buscaban, independientemente de las circunstancias de cada uno, amar al otro.
Creo que de Kenia se puede hablar toda la vida, y la verdad espero que así sea, pues esta misión para nada acabó el día que regresé a México, sino que se sigue haciendo vida día tras día, entendiendo la misión como un llamado permanente a buscar la voluntad de Dios y seguirla.
Gracias por dedicar unos minutos de tu día a leer un poco de lo que fue Kenia para mí. Afortunadamente, existen hoy dos generaciones y 15 testimonios más de personas valientes que dieron su SÍ a Dios en este sueño llamado Kenia. Te invito ampliamente a leer y a conocer cómo fue su experiencia, pues creo que sus historias podrán ser para ti, como lo han sido para mí, un abrazo al corazón.
¡Asante Sana Mungu!
(Muchas Gracias Dios)